Escritos
Pantallas en tiempos de pandemia
Por: Luz Adriana Mantilla
Agosto, 2020
Al inicio de la cuarentena en Bogotá, uno de mis estudiantes me refería : “No será lo mismo sus ejemplos en las clases remotas como en las presenciales.” ¿A qué viene este señalamiento de la palabra que no alcanza por medio de lo virtual? Aquello virtual que vehiculiza la interacción en tiempos de pandemia, no parece ser tan sencillo como en un tiempo lo fue. Dadas las restricciones de la cuarentena que aún se mantienen para muchos, parece que sólo queda como vía posible para el encuentro con otros una pantalla, y en algunos casos, puede ser un encuentro angustiante, o en menor medida, incómodo dado que la pantalla precipita una comunicación que falla y que parecería posible en otros casos.
Un artículo reciente del diario “El País” menciona que el excesivo uso de videoconferencias en distintas áreas, tanto sociales como laborales a partir de la pandemia, produce malestar. Entre algunos puntos expresan que la imagen televisiva debe manipularse para la interacción con otros: “Si queremos salir naturales tenemos que actuar un poco; si queremos que nuestro rostro salga normal, tenemos que maquillarnos; si queremos que nuestra voz se escuche mejor, tenemos que subir o bajar el tono de manera algo artificial”¿De qué va esta idea de manipular la imagen televisiva? ¿ya no se hacía de entrada cierta manipulación de la imagen? Por ejemplo, no se arreglaba antes la imagen para ir a trabajar?, es decir, no se manipulaba ya la idea de imagen para el encuentro presencial con otros?
Para el psicoanálisis, el cuerpo constituye una unidad imaginaria a la cual Lacan, psicoanalista francés, hace referencia; eso quiere decir, que el cuerpo se percibe por medio de una imagen que intenta dar una idea de unidad psíquica y en ese sentido, el cuerpo es percibido de dicha manera y no como puro organismo. Esa unidad que se constituye de forma imaginaria, es una pantalla que media y vela lo que más allá de ella no se puede ver. Dada entonces la contingencia de la pandemia que ha irrumpido en la vida diaria, nuestra constitución subjetiva es reconocida como una pantalla, se impone ahora como tal, se evidencia para algunos vía al uso excesivo de la pantalla virtual; muestra lo que había permanecido hasta ahora cubierto por un velo en nuestra propia subjetividad. Desfallece entonces su función y se experimenta una discontinuidad, todo lo conocido es ahora desconocido, y al caer la pantalla de lo que conocemos como realidad, nuestro modo de interpretar el mundo se desvanece y con ello, los modos que conocemos para hacer lazo social con otros.
De las maneras conocidas en la que se tendía a interactuar y que implicaba al cuerpo en su presencia o ausencia, generando algún malestar, lo que se evidencia ahora es que se atraviesan de forma abrupta, pero no necesariamente que se constituyan como algo nuevo, aunque el efecto pandémico (que es lo nuevo), los precipite. Podría ser oportuno en ciertos casos, preguntarse cuál es la comunicación que falla no en tiempos de pandemia sino en los tiempos de virtualidad a los que ya veníamos habituados y ahora se hacen agotadores, la pregunta de fondo es: ¿cómo lograr un lazo social que no genere agotamiento psíquico, y por esa vía sea compatible con el orden aparente del mundo? Lo que planteo, se dirige a poder atravesar la pantalla subjetiva que concierne a un sufrimiento, y que quizá no es nuevo en sí mismo, sino que más bien la contingencia lo dispara; para ello quizá sea necesario una escucha psicoanalítica, un dispositivo que permita conducir a cierto atravesamiento subjetivo, en el que se pueda encontrar un acomodo en la interacción con los otros. Dicho acomodo no constituye el de un tiempo anterior, filtro por el cual se solía asimilar un mundo, sino uno que pueda estar por venir, si se consiente que más allá de la angustia frente a la pandemia, hay algo que constituye un malestar que sólo corresponde a cada uno.
Otra mirada a la selfie
Por: Luz Adriana Mantilla
Mayo 12, 2020
Un autorretrato, uno que muestra el propio cuerpo, el propio rostro que finalmente muestra la imagen que se desea fijar. La selfie o autofoto, es la intención de enmarcar el propio rostro [1], aunque también con frecuencia el fragmento de ciertas partes del cuerpo donde se produce un corte (abdomen o senos, por ejemplo), para producir el encuadre deseado. Esta práctica se relaciona al uso de las redes sociales, donde dichas fotos son subidasa la red. Lo que hoy en día parece estar al alcance de muchos, se distancia un poco de una época donde los autorretratos parecían quedar ligados a la práctica artística; [2] los retratos eran producidos más bien por fotógrafos o artistas, y las personas se hacían retratar.
En el ejemplo que me dispongo abordar, la intención es el encuadre de un rostro, en detalle, resaltar a un sujeto a modo de objeto que magnifica una situación y unos cuantos likes. Es la presencia de la moda selfie destacada en el corto de Matthew Frost, fotógrafo y videógrafo. Su corto: “Aspirational” también traducido en otros espacios como: “Dos minutos con Kirsten Dunst o la estupidez de la moda selfie” [3] revela para mi algo ingenioso, lo que se esconde tras el velo que enmarca dicha moda.
En el corto, observamos dos chicas que se encuentran con la actriz Kirsten Dunst, a quien abordan no por su trayectoria profesional, sino por ser objeto de una selfie que conseguirá más seguidores y más likes en las redes. La actriz en principio quien cree ser abordada por su persona, queda desconcertada por la toma excesiva de fotografías y pregunta a sus supuestas fanáticas si desean saber algo sobre ella; éstas tranquilamente responden que lo único que desean saber, es si podría etiquetarlas, sólo para su perfil, y luego se marchan.
La actriz es objeto de una selfie, fragmento de un rostro que completa el marco de una fotografía que intenta dar identidad a estas chicas, es la identificación a un rasgo, que al igual que el flash fotográfico tan sólo perdura en la estela brillante de su fugaz momento. Estas chicas no saben bien si es la actriz de Melancolía, pero sí saben que su rostro, ese pedazo de cuerpo, es el que necesita ser encuadrado junto a el de ellas para intentar dar unidad a la escena. La selfie es si se quiere, el espejo que intenta dar unidad al yo y entrega la ilusión del ser al sujeto.
La imagen, dice Miller, está amarrada al decir, a la palabra, a que de ella se pueda hacer un uso simbólico. [4] Pero también Miller advierte, que pese a lo que la imagen verifica, no es suficiente para decir todo de un sujeto, y en este sentido las imágenes que predominan en lo imaginario: “no representan al sujeto, pero se coordinan con su goce.” [5] La imagen que predomina en el corto, es entonces la imagen de un goce, y como toda imagen no alcanza, es también un desecho, una nada, lo que evidencia la fugacidad de dichas imágenes en las redes, imágenes que se desvanecen cada vez más rápido, con más prisa, casi la misma prisa que tienen las dos chicas de abandonar a su protagonista. Lo que la imagen de esta foto intenta tapar, es la propia castración, la que por otra parte intenta taponarse por medio de este pedazo de objeto elevado “subido a la red” como un falo erigido. La identidad de la selfie, es tan fugaz como el mismo objeto que aparece y se escapa, imposible de asir.
Esta fugacidad de las imágenes en las redes, contrastan con aquellos autorretratos que daban identidad a los artistas en una época, la intención, más allá de capturar la imagen del artista, era poder resaltar rasgos característicos de la persona retratada. La imagen del rostro no era siempre la finalidad a capturar, sino presentar más allá de él a modo de velo, precisamente lo que disimula la nada de la evanescencia de la imagen. El rostro para Sócrates dice Miller, era sólo una apariencia del ser, y es justamente por eso que Platón en El Banquete apuntaba a que Alcibíades no se dirige al rostro de Sócrates sino a su alma. [6] Es decir, que el rostro lo que oculta en este caso, es el objeto precioso, el agalma.
Aunque la selfie tampoco muestra necesariamente la intención de capturar el rostro de la persona que se autorretrata, sí muestra una necesidad al fragmento, al corte, a fragmentos de objeto que con Lacan conocemos como objetos “a”, en este sentido, no sería el objeto precioso agalmático escondido en el rostro como apariencia; es más bien, la intención de buscar identidad en un rasgo evanescente, en un destello, una identidad en una foto que en ocasiones no alcanza ni siquiera al estatuto de una “foto de perfil” en las redes, la que indicaría el rostro de su usuario y que tiene una permanencia más o menos esporádica. Estas selfies por el contrario son destinadas a ser mucho más fugaces, a permanecer instantes, reclamando siempre un dar a ver que nunca se termina.
La madre y lo tecnológico: cuerpo-pantalla / cuerpo-organismo
Por: Luz Adriana Mantilla
Enero, 2020
La serie Blackmirror, en un episodio llamado Arkangel1 propone pensar la tecnología como respuesta al rol materno, o quizá a lo que se concibe como posición materna. Parece que ante la pregunta posible de ser o no ser madre, se agrega hoy en día otra que se hace más patente: ¿cómo ser madre? la cual se responde por medio de lo tecnológico de dos formas: bien sea por la vía de las pantallas virtuales2 que ofrecen información de modelos maternos que la ciencia avala, o por otra parte, lo tecnológico mismo como dispositivo, es decir, los gadgets de la ciencia y el mercado al servicio de la maternidad.
Hace ya un buen tiempo, las mujeres alzaron su voz ante viejos paradigmas; por ejemplo, frente a la maternidad han respondido ante las formas de concebir; el cómo y cuándo hacerlo e incluso sobre las posibilidades del aborto. También en las nuevas prácticas de amamantamiento se erigen nuevos argumentos en relación a los lugares y tiempos. El cuerpo, es lo que hace eco en estos debates, un intento por reivindicarlo que produce en consecuencia nuevas tendencias de lo materno; madres que parece se rebelan pero al tiempo adoptan tips y modelos de cuidado por medio de las plataformas sociales virtuales. De allí, nuevas formas de imagen se cuelgan en la red, lo que aludiría a lo que da forma al imaginario de cada madre y a lo que Lacan elaboraría en el estadio del espejo como el júbilo ante la imagen que el Otro vendría a ratificar.3 Pero el otro en este caso, es el de las plataformas virtuales, un otro un tanto efímero, que necesita ser ratificado constantemente.
Por otro lado, también aparece un Otro ligado al mercado, la ciencia promueve la producción de objetos que ofrecen conocimiento por medio de la imagen que arroja información del organismo y lo cuantifica. Es decir, el organismo de hoy se ve en dimensiones que antes no se pensaban; pero además, también objetos como celulares, ipad, computadores, etc, juegan un papel dentro del tiempo con los infantes, bien sea como tranquilizadores o reguladores de la conducta. Como diría Miller4 la ciencia en la producción de objetos, se introduce en lo cotidiano, y eso toma forma de dominación bajo la demanda de cuantificación universal. El organismo vivo ha sido tocado.
El nombre del episodio aludido: Arkangel, introduce la ironía de dichos planteamientos, sugiere en un futuro hipotético (quizá no tan lejano), dominado por la tecnología, la creación de un dispositivo que en este caso se introduce en el cuerpo del infante y que funciona como un ojo vigilante, un ojo absoluto5 como plantea Wacjman, que mira constantemente. La serie inicia con la angustia materna por la accidental pérdida momentánea de la hija en un parque. Lo que se produce a continuación, es acceder al dispositivo corporal que estará conectado a una tablet donde la madre puede ver todo sobre su hija, desde sus signos vitales y descompensaciones biológica, hasta llegar a ser el ojo mismo desde donde ella observa el mundo. Por si fuera poco, además de este vigilar sin límite, la madre puede ejercer control pixelando en la visión, toda imagen que considere perturbadora, todo, en aras de un bien: el de proteger como un ángel guardián que custodia en todo momento, y, por tanto, elide por completo el surgimiento de la subjetividad e introduce el horror ante este mundo hipotéticamente perfecto y controlado.6 Ante lo ineludible del trauma, surge lo fragmentado, lo des-localizado, también lo sin palabra, esto último porque el dispositivo oblitera la palabra en tanto intento de subjetivar al otro. La madre asume todo lo que ve como real; como Wajcman indica, hay un salto del deseo de ver a la idea de que todo puede verse y ante esta hipótesis la palabra no media, no intenta comunicar, nombrar o decir. Surge aquello que se escapa al marco, en este caso al marco de la tablet con la que se vigila y controla. La madre es una presencia absoluta en la ausencia de palabra que simboliza.
Marie Helene Brousse refiere que la ciencia ha cambiado la relación que se tiene con el cuerpo: “La angustia se alimenta con el saber del organismo […] Es como si los seres parlantes cada vez necesitaran más y más información para hacer de barrera, frente a la angustia, al caos orgánico.”7 Así, el marco que pone barrera, es el saber científico, tanto aquél saber ofrecido por las plataformas virtuales como aquél que por medio de un producto vendría a ofrecer solución al rol materno. Aquello que Marie Helene Brousse llama el caos orgánico remite al exceso como trauma y la fragilidad en que la imagen del cuerpo que puede convertirse en cuerpo fragmentado. Lo tecnológico enmarcado en la ciencia, es quien responde hoy ante la angustia materna, en una reducción biológica del cuerpo, que se sintetiza a lo que se puede ver.
Siguiendo con la serie, cuando el dispositivo que ofrece la ciencia es instalado, la niña no tiene que ver al perro que la perturbaba levemente camino a la escuela, tampoco tendrá que oír palabras violentas o soeces de sus compañeros, mucho menos ver las peleas o la sangre cuando se presenta en una de ellas; respecto a la sangre, esta dispara en la niña la curiosidad morbosa por la cual termina haciéndose daño,8 el motivo, un no poder ver lo que la madre consideraría un exceso, pero cabe destacar que aunque no se puede ver algo se ve, lo que se ve, es que no hay recubrimiento simbólico de lo real, además de constatarse, la omnipotencia materna. En el trauma, se ve lo que no puede verse, cuestión que Lacan desarrolla en relación a la pesadilla y en eso que en ella se muestra como traumático.9 Para Lacan, consiste en el mal encuentro, que produce un exceso intramitable, insoportable. Para Freud también la experiencia traumática tiene que ver con un encuentro de un peligro que se manifiesta en un aumento de la excitación que se apodera del sujeto.10 En este caso, el peligro, es creer que se puede elidir el trauma.
Ante el incidente de la autoagresión de la niña, también puede ubicarse en la madre algo del orden de lo traumático, ya que en su intento de eludir el trauma ha introducido el mismo, pues no se puede eludir lo real imposible de anticipar o evitar. En esa angustia que se reanima por el efecto producido en la hija, acude nuevamente a la ciencia, esta vez, a un psicólogo quien aconseja desactivar el dispositivo; la madre obediente11 al especialista decide desactivarlo.
Mas tarde, la niña debe afrontar abruptamente toda imagen que antes aparecía pixelada, surge en ella también una idea de que todo puede verse ahora en ausencia de la madre, produciéndose un empuje a lo excesivo. Pero ante esa posibilidad de espacio, de separación, la angustia materna es latente y se despierta de nuevo con la hija ya adolescente, quien miente para irse con un grupo de amigos. Se revive en la madre la primera escena de angustia en el parque, al no saber dónde está su hija, busca la tablet que había guardado para activar nuevamente el dispositivo, encontrándose entonces con la imagen traumática de la primera relación sexual de su hija. Continúan las alarmas en esa madre que controla casi hasta el final incluso el organismo mismo de la chica; elimina el contacto del encuentro con el otro sexo, elimina en ella la problemática del embarazo inesperado que se presenta sin comunicárselo, el control deja estragos y desemboca en la más cruda escena violenta al final.
Sin duda, es el cuerpo mismo el que ha sido tocado, pero no sólo el de la hija, que ha sido intervenido, transformado por la ciencia, sino también el cuerpo de la madre que ha sido tocado por una angustia constante, la que intenta mediatizar por medio de lo tecnológico que a su vez cumple una función de sostén del rol materno.
Habría que pensar un cuerpo materno más allá de las identificaciones efímeras e imaginarias que se adquieren por las nuevas tendencias psi dentro de las plataformas virtuales, también un cuerpo más allá del conocimiento científico el cual la ciencia apunta a homogenizar, para dar cabida a un cuerpo que desde el psicoanálisis y como bien lo indica Laurent en su lectura de Lacan, de cabida a lo imaginario pero en su forma de tratamiento de la imagen, poniendo de relieve la manipulación, el arreglárselas con la imagen que implica un arreglárselas con el partenaire sexual, que no es más que un arreglárselas con el traumatismo.12 Entonces, ¿no es esa angustia materna la que apunta a un cuerpo que desde el psicoanálisis se concibe tocado en lo singular por lo real? O ¿es acaso algo de lo real que compete al cuerpo materno en especial en la contemporaneidad?